El 2020 fue un año distinto, un momento en la historia que nos permite sentir lo frágil que es la vida. La pandemia por coronavirus COVID-19 expone las fortalezas y debilidades actuales del mundo, países, sociedades, familias, personas. Tenemos la fortuna o desgracia, según nuestro punto de vista, de ser partícipes de estos enormes cambios que están ocurriendo. Para vivir con mayor certidumbre y tranquilidad no sólo es necesario adaptarnos a esta nueva realidad, se requiere transformarnos.

Una vida agitada como la actual nos impide observar nuestro mundo. Somos personas que recorremos las calles de la vida caminando a prisa o manejando un auto a gran velocidad sin ser capaces de hacer un alto para respirar, conocernos, ser empáticos, comprender el mundo y tomar decisiones acertadas. Así, por décadas, con nuestro actuar o indiferencia hemos diseñado y construido un sistema global insostenible.

Los seres humanos en nuestro afán por obtener poder y riqueza, con ingenuidad llegamos a creer que controlamos la naturaleza. Una vez más, olvidamos que somos parte de ella y que siempre busca recuperar el equilibrio. Ahora, todo a nuestro alrededor se agita como un huracán que trae viento y lluvia que causan destrucción. La tan esperada vacuna contra el virus SARS-CoV-2 nos brinda una falsa esperanza a la humanidad; nos hace creer que es la solución al caos que sentimos, pero que por décadas construimos. Los retos que enfrentamos son enormes y en distintos frentes.  

Para comprender lo que sucede es importante observar nuestro entorno. Se vive un cambio hacia un nuevo orden mundial. Existen naciones, empresas y personas produciendo bienes y servicios a partir de la sobreexplotación de los recursos naturales. Una población mundial en crecimiento que de acuerdo a las Naciones Unidas se espera que aumente en 2,000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando de los 7,700 millones actuales a los 9,700 millones en 2050. Son considerables las desigualdades sociales, económicas, educativas, de género y legales. En fin, grandes desafíos que traen como consecuencia incertidumbre e inestabilidad, el cambio climático, el hambre, la pobreza, el desempleo, las enfermedades y la violencia; poniendo en riesgo el futuro de la especie humana.

Este ambiente de caos es propicio para la llegada y acumulación del poder en falsos líderes. Cuando estos individuos están al frente de naciones, instituciones o empresas son capaces de dirigir el destino de millones de personas y llevarnos al abismo. Por lo tanto, hoy más que nunca se necesita de seres humanos informados, críticos, trabajadores, prácticos, honestos, sensibles y responsables con el presente y futuro de la humanidad. El pensar únicamente en el bienestar de mi persona y familia ya no es suficiente para revertir las graves consecuencias de la indiferencia en la construcción del sistema global. Asumamos nuestra responsabilidad.

Después de esta pandemia, el mundo ya nunca será igual porque las crisis de salud y económica que estamos viviendo son sólo una muestra de lo frágil e insostenible de este sistema. Todo tiene un equilibrio, todo está interconectado, y hasta que no comprendamos y practiquemos el arte de vivir en armonía con la naturaleza, seguiremos siendo sacudidos por la violencia, la pobreza, la hambruna, las pandemias y los desastres naturales. Nos sentiremos vulnerables, frágiles, con incertidumbre.

Todos los días al despertar tenemos que hacernos estas preguntas: ¿Qué mundo quiero para mis hijos y las futuras generaciones? ¿Cómo puedo aportar mis conocimientos, experiencias y talento para beneficio de la humanidad? ¿Estoy educando a mis hijos para fortalecerlos y generar soluciones a los enormes desafíos que ya enfrentamos? Y a partir de las respuestas, tomemos decisiones que transformen el mundo. 

Lic. Salvador Suárez Zaizar

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