En el automovilismo existen tres grandes e icónicas carreras que, por su importancia, son consideradas el premio máximo para cualquier corredor: el Gran Premio de Mónaco en Fórmula 1, las 24 horas de Le Mans, del Mundial de Resistencia y las 500 millas de Indianápolis en Indycar.
Esta larga carrera fue uno de los primeros eventos del deporte motor en el mundo, e Indianápolis tiene el mérito de ser una de las primeras pistas de carreras de automóviles que se trazó a nivel global.
Retrocedamos un poco, específicamente al año 1894, fecha que marca la historia al dar cabida a la primera carrera del automovilismo, la París-Rouen, un concurso de “coches sin caballos” organizado por Pierre Giffard, periodista de Le Petit Journal. Al evento se inscribieron 102 participantes, pero solo 21 se clasificaron para la prueba final entre París. El primer piloto en cruzar la meta fue el conde Jules-Albert de Dion, pero no ganó el premio principal porque su vehículo de vapor necesitaba un fogonero, lo que incumplía el reglamento. Así, el automóvil de gasolina más rápido fue un Peugeot de 3 CV, conducido por Albert Lemaître, convirtiendo a estos dos parisinos en los primeros en ganar una carrera automotriz.
La carrera siguió celebrándose de forma anual, y en una de sus ediciones posteriores, uno de sus espectadores tendría una idea: llevar estas nuevas competencias al Nuevo Mundo. Su nombre era Carl Graham Fisher, empresario estadounidense que se dedicaba a la manufactura de faros para automóviles. Hasta entonces, las carreras automotrices se celebraban en calles públicas, hipódromos y playas, como Daytona. Fisher, viendo que esos lugares no eran los mejores, propuso a un grupo de empresarios construir un complejo dedicado exclusivamente a las carreras de autos. El empresario propuso la idea de un enorme óvalo de pista ancha donde los fabricantes pudieran probar sus autos en diferentes condiciones y alcanzando velocidades que no se podían lograr en ningún otro lugar del mundo.
La construcción del circuito inició en marzo de 1909, y para agosto, la pista ya podía ser utilizada, por lo que aquel enorme óvalo de 2.5 millas (4,023 metros) de tierra aplanada comenzó a ser visitado. Sin embargo, la falta de preparación y la gran cantidad de daños que se provocaban por pilotos inexpertos, hicieron de la pista un lugar no agradable para correr. Para compensar, Fisher y sus asociados se comprometieron a mejorar la pista con lo mejor que tuvieron a la mano: ladrillos. Así, el primer trazado de Indianápolis fue recubierto con miles de ladrillos, algo que le ganó el apodo de “The Brickyard”, usado aún hoy en día.
Esta nueva superficie fue suficiente para que, un año después, pilotos y marcas volvieran a Indianápolis y para 1911, los dueños del circuito decidieron que querían hacer de Indianápolis un lugar especial. Así, en lugar de celebrar multitud de carreras, redujeron su número drásticamente: Una sola carrera al año, elección que puso los cimientos de una naciente leyenda que sigue contándose en nuestros días.
Por: Bandon Enciso Alcaráz