E s complicado para mí pensar en un trabajo narrativo-serial que posea más importancia en la actualidad que esta serie de Netflix. Suena exagerado, claro, soy consciente de cómo se escucha, pero tiene propósito.

Se trata de un producto que tiene todos los elementos equivocados para el público que busca captar. Su audiencia meta es adulta, y este formato es animado. Además, la animación es desafiante y bizarra, lo cual podría alejar a muchos espectadores. El humor es demasiado negro para una era que busca la corrección política con ansia, el personaje principal es ma- chista, racista y clasista, y el alcoholismo, la drogadicción, el sexo, el aborto, y de- más temas relevantes que suelen tratarse con delicadeza, acaban siendo material de bromas. En papel, es una serie que nadie vería hoy… sin embargo funciona.

Trata de Bojack, un actor que fue famoso en los años noventa. Hoy es un fracaso, olvidado por el mundo y con nostalgia por el “amor” que alguna vez tuvo de su audiencia. Vive solo, usualmente borracho

y rechaza casi cualquier papel que le ofrecen por miedo a fracasar y perder el poco cariño que sus seguidores aún le tienen. Es una mala persona, autodestructivo, narcisista y egoísta… pero lo sabe, e intenta combatir su naturaleza fracasando rotundamente en diversas ocasiones.

UNA COMUNIDAD

Lo curioso de Bojack Horseman es que, a través de seis temporadas, ha logrado crear una comunidad a su alrededor, conformada por individuos que se sienten solos o sin propósito. Bojack es irredimible por sus acciones, es cierto, pero también es honesto.

Vivimos en un mundo conformado de mentiras. Se nos dice constantemente cómo el esfuerzo y la dedicación son la clave de un futuro exitoso. En las películas los buenos triunfan, los malos sufren y todas las decisiones dañinas acaban pasando factura. Debes decir siempre la verdad y el destino de algún modo lo recompensará, y si cometes errores pagarás las consecuencias.

Es tan común esa línea de pensamiento en cine y Tv que nos obsesionamos con ella y la trasladamos a un mundo real que no funciona de la misma manera. En la vida real un error no se borra con una disculpa, la verdad no siempre es la opción adecuada y las relaciones no resuelven sus problemas con un gran gesto de amor (llevar flores en una noche lluviosa no curará una pareja violenta, por ejemplo). La sociedad en ocasiones recompensa los errores, excluye las buenas acciones y trata de forzar a los individuos a ser felices (si no sonríes, algo está mal contigo). Vivimos en ese mundo, y nos gusta pensar que no.

Para tal panorama una serie como Bojack Horseman, que además es animada (medio usualmente reservado para material infantil, donde se escriben con mayor frecuencia las lecciones “correctas” que se deben aprender) trata de hablar con la audiencia, de decirle que está bien sentirse mal, que está bien sentir tristeza, que está bien odiarte, si usas esos sentimientos como fuerza de cambio. No está bien rendirse, esa nunca es una opción. Lo que sí es correcto es aceptar la realidad y trabajar con ella.

Como dato final, la revista TIME calificó a Bojack Horseman como la serie animada más importante en las últimas décadas, sólo detrás de los Simpsons.

Si llegas a casa buscando material, hay más de sesenta episodios que buscarán hacerte pensar fuera de tu espacio habitual. Inténtalo, el resultado puede sorprenderte.