POR Aarón Andrade Ramírez
“Todas las emociones caben en la música”
Pianista, musicólogo, investigador musical, profesor de historia de la música y análisis musical, nacido en Colima el 16 de septiembre de 1980.
Su formación académica inicia con la Preparatoria musical en el IUBA
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Licenciatura en Música Especializado en Piano por la Universidad de Colima
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Licenciatura en Historia de la Música por la Universidad de Oviedo
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Maestría en Interpretación Musical en Piano de Música de Cámara por la Universidad de Oviedo
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Maestría en Investigación Musical por la Universidad de Oviedo
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Doctorado en Música por la Universidad de Oviedo, premiado con el extraordinario de doctorado en el año 2016 como la mejor tesis doctoral en artes y humanidades en la Universidad de Oviedo
Una persona con una gran claridad en sus compromisos profesionales y éticos, culto, poseedor y transmisor de conocimiento, un hombre que se diversifica en su accionar para ser un excelso intérprete pianista, un profundo investigador y un maestro auténtico.
Con la fortuna de tener unos padres enfocados en su formación y ese deseo intrínseco de ofrecer a sus hijos lo mejor, la vida llevó a Rogelio Álvarez a tener desde muy niño el contacto con la disciplina y la exigencia académica. “Desde la infancia se tiene la búsqueda interna de realizar aquello que te gusta, tuve diferentes etapas de indagación hasta que encontré la música, o mejor dicho, la música me encontró a mí”.
En esos primeros estímulos musicales Rogelio hallaba una expresión de belleza muy particular que disfrutaba mucho.
“Cuando yo veía las caricaturas de aquella época me daba cuenta que estaban musicalizadas con oberturas de Rossini, de Wagner, con rapsodias húngaras de Liszt; la televisión se convirtió en una vía de recepción de música culta, y era una música que me gustaba más que las otras, tenía un poder de evocación y de describirme imágenes, la música me fue encontrando y yo le correspondí dispuesto a estar con ella”.
A inicios de los 90 ́s. Escuchaba su música en los discos compactos cuando estos se encontraban en su máximo apogeo, a sus doce años ya tenía conciencia de los grandes autores, sabía perfectamente quién era Mozart y quien era Beethoven. Rogelio comenzó a ser muy selectivo.
“El primer piano que captó mi atención lo vi en un kínder, frente al parque hidalgo, era un piano que iban a tirar, debía haber sido un piano norteamericano de inicios del siglo XX, que posiblemente ya no funcionaba, pero ver la majestuosidad del instrumento fue algo que me cautivo”.
El principio rector en su vida ha sido el disfrute, opta por hacer las cosas que le gustan, y eso fue decisivo para escoger la profesión. Es en 1994 cuando ingresó al Instituto Universitario de Bellas Artes.
Dice Elliot Eisner que “La vida intelectual se caracteriza por la ausencia de certeza, por la inclinación a ver las cosas desde más de un ángulo, más por el estremecimiento de la búsqueda, que por el hallazgo consumado.”
Mayra Analia Patiño Orozco coordinadora de la licenciatura en música en el IUBA conoce a Rogelio desde hace bastante tiempo y así relató la adolescencia de este gran músico.
Cuando pienso en Rogelio Álvarez Meneses, invariablemente llega a mí la imagen de aquel joven de 16 años que inundaba con su voz y su excepcionalmente inquieta personalidad, el edificio que fuera sede universitaria en la calle Manuel Gallardo, donde se ubicaban los talleres del IUBA y donde, en ese entonces, se estudiaba una carrera técnica denominada “Instructor de enseñanza musical”. Su alma buscaba sitio entre el canto y las teclas, y la comunidad entera éramos presa de su curiosidad exacerbada. Ese “estremecimiento de la búsqueda” ha caracterizado a Rogelio desde que lo conozco, y lo más maravilloso, es que no se ha saciado.
Luego de un primer enamoramiento pianístico, a través de la infinita paciencia de la finada Maestra Carmen Silvia Casanova Gutiérrez, se cruzó en el camino de maestros con una mente muy clara, con una manera de enseñar muy práctica como él lo describe refiriéndose al maestro Jaime Ignacio Quintero Corona, que le enseñara armonía, al maestro Miguel Ángel Ayala Murguía, que fuera su maestro de coro y de solfeo, el maestro Mario Rodríguez Aguayo. Personas que en un momento de la vida le enseñaron con gran entusiasmo.
Rogelio cursa su primera licenciatura en música, como concertista en piano, destacando, además de sus excelentes notas académicas, por crecer abrevando de dos manantiales: la música mexica- na de tradición académica occidental y la producción de música vocal, en sus diferentes formatos.
Su alma musical se desarrolla escudriñando, valorando y exponiendo a compositores mexicanos vivos y cercanos: Luciano Maya, Jaime Ignacio Quintero; absorbiendo luego las entrañas del conocimiento de la teoría musical, las formas, la orquestación, la armonía, el contrapunto, el análisis y la historia, de los maestros rusos como Gleb Dobrus- hkin y Tatiana Zatina, que encabezaron la profesionalización de esta disciplina en la Universidad de Colima a inicios de este siglo.
Se sabe entonces con apetito voraz por el hecho musical y todo lo que éste envuelve, además de los intérpretes: el drama que se esconde entre las líneas de una partitura, lo que hay entre nuestra cultura y la que venía más allá del Atlántico, aquella que fundamenta nuestras construcciones musicales
Le rondan tal vez las interrogantes ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cuándo? Y las respuestas tienen la forma del lied, del aria de ópera, del concerto grosso, de la bagatella, del vals. Se ocupa de la música vocal, como director del coro de cámara de la Universidad de Colima, y al mismo tiempo inicia sus labores docentes en el IUBA, incluyendo entre su quehacer, la coordinación de los Programas Educativos del Departamento de Música: Técnico en Artes y Licenciatura en Música.
Su colección de saberes incluye, ya desde entonces: diversas ediciones (en audio, video y papel) de una misma obra musical y un detallado conocimiento de compositores, de óperas y de formas musicales.
Luego, y tal como él mismo lo relata respecto a la vida del propio Ricardo Castro:
“el siguiente paso obligado, era el perfeccionamiento en Europa”.
Una vez en España, se nutre de un posgrado como Experto Universitario en Análisis e Interpretación Musical, pero su talento –como siempre- no pasa desapercibido, y el Dr. Ramón Sobrino, decano de Historia del Arte y Musicología de la Universidad de Oviedo, lo invita a matricularse en el Doctorado de dicha institución, además de cursar simultáneamente el grado en Historia y Ciencias de la Música.
Su tema de tesis lo lleva a indagar en sitios como Barcelona, Madrid, París, Bruselas, Leipzig y en la Ciudad de México, y he aquí pues, que con dos licenciaturas, una especialización y un doctorado, Rogelio entrelaza su pasión por la música y su madurez intelectual para culminar este documento sobre el compositor mexicano Ricardo Castro y su obra, un proceso tan minucioso, como fino y riguroso en cuanto a investigación, en el que se denota su seriedad y pulcritud respecto al tratamiento de las fuentes y su espléndido y generoso uso del lenguaje para, además presentarlo en una forma tan clara como amena.
En México existe una gran musicalidad, un gran talento en las personas y una gran actividad musical ininterrumpida, lo malo de nuestra sociedad es que no hay una conciencia del patrimonio musical.
Para Rogelio Álvarez es necesario que los mexicanos volvamos nuestra mirada a los archivos musicales y rescatemos la música de las catedrales de México que como bien lo dice es impresionantemente buena y de un nivel de calidad igual o superior al europeo en su tiempo. “En México existe una enorme tradición musical de al menos cinco siglos de música ininterrumpida, tenemos que voltear la mirada por un acto de justicia y rescatar a las músicas académicas del pasado”.