Hablar de animación, es hablar de creación. Es un ejercicio constante para los límites del pensamiento y un medio que emociona por sus posibilidades. Eso mismo vieron jóvenes como Genndy Tartakovsky, quien comenzó sus primeros proyectos de manera formal en 1995, con una pequeña caricatura llamada El Laboratorio de Dexter. Se transmitía por un nuevo canal, Cartoon Network, nacido con la intención de dar oportunidades a autores frescos, como él. Poco se imaginaba que su mano, cambiaría este arte para siempre.

Antes de continuar: esta es la segunda de dos partes. Si gustas leer la primera, está en la edición de Decisión julio 2023.

En 1995 no solo sería el estreno de Tartakovsky como director, sino el de un pequeño estudio independiente, que corrió todos los riesgos con tal de ver su primer filme en las pantallas: Toy Story. Con él, Pixar creó la primera película hecha con animación a base de computadora, o CGI, una maravilla tecnológica y un éxito taquillero.

Este tipo de animación inundó el mercado. Estudios como Disney se rehusaron por un tiempo a utilizarla, pero su resistencia duró poco. Las audiencias lo pedían y el 2D perdió su interés rápidamente. Sin embargo, no había mucha experimentación con el CGI. Los guiones eran arriesgados y por supuesto, hubo uno o dos proyectos valerosos que usaban este método con fines surreales, pero no pasaban de experimentos. Fue el mismo Tartakovsky quien en 2012 empujaría al medio con su primera película: Hotel Transilvania. Súbitamente la animación era fluida, innovadora. Cada personaje tenía ciclos de movimiento distintos, diseños extravagantes. No se trataba de imitar el mundo real, sino de buscar uno nuevo.

Aunque exitosa, no pasó de ser un hit mediano, pero la semilla había sido sembrada. Sony, el estudio responsable de distribuir, decidió apostar por esta nueva forma de hacer las cosas. Poco a poco estudios rivales fueron imitando, experimentando. Estudios como Laika se especializaron en la animación stop motion (donde cada escena es hecha con fotografías y a mano) mientras Warner estrenaba The Lego Movie en 2014, usando CGI para simular las piezas. Todos los ingredientes estaban puestos. Luego llegó Spider-Man.

El arácnido había tenido varios fracasos seguidos y Sony buscaba retener la marca. Por eso permitió que Phil Lord y Chris Miller, productores en The Lego Movie, produjeran con carta abierta su nuevo filme animado. El resultado fue Spider-Man: Into the Spider-Verse, una película de 2018 que experimentó en todo. Música de primer nivel, actuación de voz especializada, animación de todos los tipos, desde 2D y a mano, hasta stop motion. El estilo era desafiante, la edición rápida, aunado a un guion inteligente que desafiaba. Inicialmente un fracaso, el boca el boca la salvaría, llevándola a durar varias semanas exhibida y recaudar el doble de sus costos, lo que autorizaba una secuela.

Su éxito cambió todo. Enlistar las películas que han sido influenciadas por su estilo sería perder espacio, pero ejemplos como El gato con botas: El último deseo, Los Mitchell contra las máquinas o la venidera Teenage Mutant Ninja Turtles: Mutant Mayhem son herederos claros, sin contar la secuela Across the Spider Verse, aún más desafiante que la original.

Es emocionante porque no sabemos a dónde nos llevará la animación. Este filme empujó el medio, siguiendo la cadena que Tartakovsky comenzó y que tantas influencias externas fortalecieron. Es un resumen corto, porque el tiempo apremia, pero necesario para entender la importancia de lo que está viviendo el cine animado occidental. Estos años, veremos más y más experimentación, y podemos esperar con ansias aquello que preparan los hornos de este medio, que crece y crece, cada vez más fuerte.

Con mucho más que agregar, pero poca tinta: soy Cristóbal Ruiz Gaytán… Disfruten la función.

 

Cristóbal Ruiz Gaytán / Facebook: Cristóbal Ruiz Gaytán Trujillo / Correo: skymoviemaker@gmail.com / Comunicación digital y escrita